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Channel: To be Gourmet
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El restaurante desierto.

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En los últimos veinte años han sido muchas las noches que he disfrutado sentada a la mesa de un buen restaurante, no sabría decir cuántas. A lo largo de ese tiempo he tenido experiencias de todo tipo, y la que os voy a contar es absolutamente surrealista.

Eran las diez de la noche y llovía a cántaros; no era de extrañar en pleno invierno en los alrededores de Fuenterrabía. Apuramos la copa de champán y con tímida pero firme voz pedimos la cuenta. No llevábamos sentados más de quince minutos, quince eternos minutos debatiendo entre sorbo y sorbo sobre lo más conveniente acerca de nuestro futuro inmediato: aquella cena.

Habíamos llegado unos veinte minutos tarde; el lugar no era fácil de encontrar. De entre la oscuridad y abrigándose de la lluvia surgió la silueta de un hombre que desde el quicio de la puerta nos llamó por nuestro nombre.... de reserva: - "Les estábamos esperando, pensábamos que no venían".

Nos acompañó amablemente al interior y se convirtió de repente en el jefe de sala ante nuestros ojos atónitos; no había nadie más que él, mi marido y yo en aquella espaciosa sala.... desierta, terriblemente vacía, amueblada con unas quince o veinte mesas vestidas pero desnudas. Era enero, y era mi cumpleaños.

Aquél hombre tan solícito nos acompañó a una de ellas sin mutar el gesto, como si todo aquello fuera de lo más normal como si dieran cenas para dos todos los sábados del año en aquellos 200 metros cuadrados. Ni un sólo comentario al respecto.

Sentados en la mesa, la camarera que iba y venía podía escuchar perfectamente nuestra conversación desde cualquier punto de la sala, y nosotros sus tacones cuando se acercaba o se alejaba. De vez el cuando algún relámpago. Había que tomar una decisión y había que hacerlo rápido, el tiempo corría en nuestra contra.

Llegó una pequeña croqueta, a modo de aperitivo, la cosa se complicaba. Era ahora o nunca, con la carta aun desplegada sobre la mesa, y en un arranque de valor, levantamos la mano. Un par de minutos después abandonábamos el local con la misma sensación que un delincuente abandona el lugar del crimen.

Cuando llegamos a nuestro plan B, en las proximidades y sin reserva, tuvimos la suerte de ocupar la última mesa. Sonreímos aliviados, aun no nos habíamos percatado de que la mayoría de la gente estaba acabando el postre....



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